Un leve pestañeo me impidió mirarla. Fue cuando escuché el disparo. Como un trueno, entró en mi vida de forma brutal. Y ahí sigue. Se instaló cómoda y apoyó los pies sobre la mesa. La invité a fumar, pero el humo se disipó y ella siguió allí.
Antes tuvo que salir del hospital. El tiro la había dejado malherida. Su hermano lo buscó, pero era tarde. Pudo escapar.
Intimamos. Era inevitable. Al despertar estaba allí y cuando no estaba, nada era igual. Nada era igual. Recorrió las calles y eran de otra manera. Tenían otro aire. Luego, regresó y tampoco era igual, sino diferente. De otra manera. Así son las cosas. Puede, dijo, pero no era verdad.
Y volvió a apoyar los pies sobre la mesa y le volví a ofrecer de fumar. Y lo tomó. Y fumó. El humo en el techo. Y se acabó. Y era otro momento. Ya era después y no lo pudo atrapar. Se le escapó como los granos de arena en el reloj. Quisimos darle la vuelta, pero era ya más tarde. Se había ido. Como un pequeño suspiro.