El peón caminero, que durante diecisiete años ha realizado su trabajo a satisfacción de sus superiores y, con sus ahorros, se ha construido una casita bajo el terraplén del ferrocarril, descubre, al volver a casa por la estación de mercancías, un vagón frigorífico abierto, dentro del cual cuelgan cerdos sacrificados. Como ninguno de los aduaneros que normalmente rodean el vagón anda por allí, sube a él, curioso, para comprobar personalmente el frío que hace dentro del vagón. Se sienta en una tabla colocada en el suelo y se duerme. Como está sentado en un rincón que los aduaneros no pueden ver, éstos no lo descubren, y sellan la puerta, al haber hecho ya su control antes de subir el peón caminero. Cuatro días más tarde en cuentran al peón caminero muerto en la estación de destino, en medio de cadáveres de cerdos y sentado sobre la tabla. Al principio, los que lo encuentran creen que ha muerto de frío; sin embargo, luego descubren que el hombre, que lleva sólo su traje de trabajo y del que, en consecuencia, no se sabe quién es, no ha podido morir de frío porque la instalación frigorífica del vagón se ha estropeado y, como se ve al examinarla más de cerca, la carne de cerdo se ha podrido y no puede consumirse. Los hombres que transportan provisionalmente al muerto por la rampa de descarga suponen que ha muerto de un ataque provocado por el miedo a no poder salir y tener que morirse de frío.
(Thomas Bernhard, Acontecimientos y relatos)
1 comentario:
Y si me caigo, y si me estrello, y si no estás, y si me duermo?
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