miércoles, 26 de noviembre de 2008

La luz azul del coche patrulla (para la del esguince)

I

Vamos a hacerlo. Vamos allá.
Los dos hombres estaban de pie junto a una mesa. Sobre ella, una nueve milímetros y un bocadillo de pan rancio y queso. El más alto, barba cerrada, pelo corto, pantalones vaqueros, separado, sin empleo, dos hijos criados, cogió la nueve milímetros y se la guardó en el bolsillo.
¿Está cargada?
Lo está.
Vamos a hacerlo. Vamos allá.
Salieron a la calle, cruzaron entre los coches y se subieron a la moto. El más bajo, pantalón vaquero, pelos desmadejados, vida en la calle, conducía.
¿Lo tienes claro?
Lo tengo claro.
Se hablaban de casco a casco entre el rumor del tráfico de vuelta a casa. Se estaba haciendo de noche.
Aparcaron ante el supermercado.
Él más altó se bajó de la moto, se persignó.
Deséame suerte.
Suerte.
Hasta ahora.
Chao.
Rezó en silencio una breve oración, aprendida de chico. Sacó la pistola, la amartilló y entró dando voces. El arma en lo alto.
Quietos.
Tú, saca lo que haya en la caja.

II

El hombre, pelo corto, gafas, rasgos duros, le entregó un billete de lotería. Compró otros para sus compañeros de la academia.
¿Qué cenamos esta noche?
No sé, queso, jamón.
Ella, el pelo recogido, arrugas en los ojos, vivaz, le apretó el brazo. Muchos años juntos, dos hijos criados, y él, fuera toda la semana. Viernes.
Por fin estás aquí.
Mujer, por fin estoy aquí.
¿Va todo bien en la academia?
Sobre ruedas, el próximo 24 juro el cargo.
Qué bien. ¿Y se acabó la calle?
Se acabó la calle.
Se hacía de noche. Apresuraron el paso bajo la luz anaranjada de la ciudad. Cruzaron entre los coches y se sumergieron entre las estanterías. Un poco de queso, un poco de jamón. Pan crujiente. Una cena tranquila.
Mañana vienen los chicos a comer.
¿Los dos?
Los dos.
¿Cuánto es?
Oyeron las voces.
Quietos.
Tú, saca lo que haya en la caja.
Él vio el arma, vio cómo el hombre de los vaqueros, barba cerrada, pelo corto, levantaba la nueve milímetros y la situaba entre los pelos recogidos de ella, despeinándola.

III

¡Alto, policía!, dijo, mientras desenfundaba.
El tipo de los vaqueros, barba cerrada, pelo corto, miró. Apartó la pistola de la cabeza de ella y la dirigió hacia el tipo de pelo corto, gafas, rasgos duros. Forcejearon.
¡PAM!
Él dísparó una vez. La cajera estaba petrificada.
¡PAM!.
Él disparó una vez. La cajera dio un pequeño grito.
¡PAM!
Él disparó otra vez. La cajera oyó un estruendo y miró lejos. Por poco, había pasado de largo.
¡PAM!
Él disparó otra vez. La cajera gritó.
El hombre de los vaqueros, barba cerrada, pelo corto, cayó al suelo, a lo largo. Teñido de rojo, daba espasmos, hasta que no dio más.
El hombre de pelo, corto, gafas, rasgos duros, salió a la calle, la pistola en la mano.
Notó el dolor en el estómago y se tiró al suelo. Trataba de parar la sangre, que salía a borbotones. Llamó a una ambulancia. Y, bajo una fina lluvia que había empezado a caer, rezó.
El más bajo, pantalón vaquero, pelos desmadejados, ya se había largado.

IV

Ya vienen a por mí. Oigo las sirenas. Maldito policía, maldito viernes. Es mala suerte. Desde siempre. Aquella vez que nos trincaron de casualidad cuando saltaba la tapia. Igual que ahora. Quién iba a pensar que había un policía en la cola. Es mala suerte.
Una música salía de una ventana del barrio. Los críos habían roto las faloras con sus piedras. Era una noche sin luna, como aquel día. La luz azul del coche patrulla iluminó los pelos desmadejados.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Eres un bandido.

Antonia dijo...

Anda anda bacalao