El mendigo, recién despertado, trató de dormirse de nuevo. Gruesos cartones le protegían del frío enlosado. Se echó la raída manta gris sobre la cabeza. Cerró fuerte los ojos al mundo. Tumbado sobre el costado del corazón, metió las manos, las palmas pegadas, entre las piernas. Pénsó en viejos campos.
Y no pudo dormirse. La calle se lo impidió. El ruido, otra vez.
Todos escucharon el grito. Lo oyeron los viejos que entraban en el centro de salud. También los escolares que apuraban el último lapso de recreo. Por supuesto, lo escucharon las viudas que arrastraban carritos de la compra. Y a oídos de los jóvenes, de los que no había ni rastro, también llegó.
El mendigo exigía silencio desde su sofá, en el salón de la ciudad.
El sol, implacable en las alturas.
1 comentario:
Precioso
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