El semáforo estaba en rojo. El negro, una gorra en la cabeza, levantó el pulgar hacia el gris de las nubes. Se acercó al coche azul con un paquete de seis kleenex en la mano. "No tengo, otro día te compro", respondió el blanco, en el interior del coche. El negro sonrió. El semáforo se puso en verde.
Al día siguiente, el blanco llevaba preparadas unas monedas que le habían sobrado del desayuno para dárselas al negro a cambio de los kleenex. El semáforo estaba en rojo. El negro era otro. No levantó el pulgar al cielo y no sonrió. Una larga cicatriz le partía el rostro. "¿Cuánto?", preguntó el blanco. "1 con 50", dijo el negro, serio. El blanco contó las monedas. "Tengo sólo 70. Toma". Las dejó caer en la palma rosada del negro, que dejó los kleenex en el salpicadero, dio las gracias y se acercó a otro coche. "Oye, coge los kleenex, que te he dado de menos", le gritó el blanco. "Así está bien", sonrió el negro. El semáforo se puso en verde.
Al día siguiente, el semáforo estaba en verde. El negro se apoyó en el semáforo. Sin fumar. Los kleenex en la mano. El semáforo se puso en rojo. A trabajar. De nuevo, el blanco del coche azul. "Kleenex", preguntó con la mirada. "No tengo. Otro día te compro", le dijo el blanco. El semáforo se puso en verde. Y el negro volvió a apoyarse. Sin fumar.
1 comentario:
Qué ironía. Sin papeles vendiendo pañuelos de papel.
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